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En un principio, los reformistas estimaban que la lucha debía darse en dos frentes al mismo tiempo: contra el fascismo y contra el imperialismo inglés de máscara “democrática”, lo que para empezar equivalía a sostener la neutralidad frente a la guerra que se avecinaba, por un lado, y a no dirigir la lucha política contra un peligro fascista proveniente de Europa, sino contra el gobierno del Gral. Justo. Por Elio Noé Salcedo El clima antifascista por la llegada de Hitler al poder (1933) y la sublevación franquista contra la República española (1936) –en una sociedad como la argentina, más atenta a lo que pasaba en Europa que a lo que sucedía bajo sus pies- dejó a la clase media y a la dirección del reformismo (socialistas, comunistas y radicales), presa de la disyuntiva europea “Democracia o Fascismo”. Pero el problema no estaba a diez mil kilómetros de distancia sino más cerca. Deodoro Roca, los yrigoyenistas, Sabattini y los núcleos sabattinistas e intransigentes de la Reforma, FORJA y algunos intelectuales del PC como Luis Sommi y Alberto Giúdice, estimaban que la lucha debía darse en dos frentes al mismo tiempo: contra el fascismo y contra el imperialismo inglés de máscara “democrática” (1), lo que para empezar equivalía a sostener la neutralidad frente a la guerra que se avecinaba, por un lado, y a no dirigir la lucha política contra un peligro fascista proveniente de Europa, sino contra el gobierno del Gral. Justo, más cercano del fascismo que de una genuina democracia; que le había entregado la economía argentina al imperio inglés, sostenía una farsa democrática y condenaba al pueblo argentino a la miseria. [...] Leer esta nota en Revista La U