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Revista La U

El pensamiento fundamental de Simón Bolívar

La Carta de Jaimaca es, quizás, la obra más conocida de Simón Bolívar. Aquí, un breve recorrido por el pensamiento de este Libertador.

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Simón Bolívar, el último de los Libertadores en actividad al dejar esta tierra (los demás habían muerto fusilados, asesinados o estaban exiliados de por vida), sería quien más textos escritos legara para conocimiento de la posteridad. Haremos un breve recorrido por su pensamiento fundamental que ha trascendido a través de diversas publicaciones, una de las cuales usaremos de fuente para nuestro propósito. La idea de patria de Simón Bolívar “Yo diré a Ud. –decía el Libertador en aquella que se conocería como la Carta de Jamaica (1815)- lo que puede ponernos en actitud de expulsar a los españoles y de fundar un gobierno libre. Es la unión, ciertamente. Más esta unión no nos vendrá con prodigios divinos, sino por efectos sensibles y esfuerzos bien dirigidos…”. Aunque era consciente de las divisiones y distancias entre los Estados nacientes y sobre todo de sus clases dirigentes, deseaba “más que otro alguno ver formar en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riqueza que por su libertad y gloria” . “Es una idea grandiosa –escribía- pretender formar de todo el Mundo Nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería, por consiguiente, tener un solo Gobierno que confederase los diferentes Estados que hayan de formarse…” . “¡Qué bello sería –proseguía- que el istmo de Panamá fuera lo que el de Corinto para los griegos! Ojalá que algún día tengamos la fortuna de instalar allí un augusto congreso de los representantes de las repúblicas (la mayoría de los Estados americanos a confederar), reinos (no descartaba la monarquía para alguno de los Estados latinoamericanos confederados) e imperios (Brasil) para tratar y discutir sobre los altos intereses de la paz y de la guerra, con las naciones de las otras partes del mundo” (5). Si bien creía “infundada” la esperanza del abate St. Pierre que concebía “el laudable delirio de reunir en un congreso europeo para decidir de la suerte y de los intereses de las naciones (de Europa)”, en cambio tenía esperanza para su América de que “esta especie de corporación podrá tener lugar en alguna época dichosa de nuestra regeneración”. El tiempo demostraría –más allá de lo heterogéneo de los países de Europa- lo fundado de “aquel delirio” de la Unión Europea y el desafortunado destino de la Patria Grande Americana –“que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión”, según apuntaba el Libertador en la misma carta- , finalmente disgregada por más de dos siglos, hasta hoy, en más de veinte “Naciones”. Ya casi al finalizar su carta más conocida, Bolívar reafirmaba su convicción de que “la unión es la que nos falta para completar la obra de nuestra regeneración”. Pero advertía con lucidez y conocimiento de causa: “Sin embargo, nuestra división no es extraña, porque tal es el distintivo de las guerras civiles (como la que ya se llevaba a cabo en el seno de las Provincias Unidas del Río de la Plata) formadas generalmente entre dos partidos: conservadores y reformadores. Los primeros son, por lo común, más numerosos, porque el imperio de la costumbre produce el efecto de la obediencia a las potestades establecidas; los últimos son siempre menos numerosos aunque más vehementes e ilustrados. De este modo la masa física se equilibra con la fuerza moral, y la contienda se prolonga siendo sus resultados muy inciertos. Por fortuna, entre nosotros, la masa ha seguido la inteligencia” . Suele ser así en las épocas de alza. ¿Será “el imperio de la costumbre” que “produce el efecto de obediencia a las potestades establecidas”, la causa de las derrotas populares en las épocas de reflujo, como la que llevó nuevamente al poder al neoliberalismo? A dos siglos de aquella reflexión, no hay duda de que la contienda se prolonga, que las fuerzas aparentemente se han emparejado por distintas razones y que, en medio de una gran confusión por las mentiras y falsedades del enemigo y los propios errores, limitaciones y debilidades, no hay otra solución que reunir la fuerza del número con la idea (la masa con la inteligencia), para triunfar definitivamente sobre las fuerzas conservadoras que aparecen como reformadoras. Por ello resulta fundamental adquirir una conciencia histórica colectiva, permanente y trascendente, requisito de una profunda conciencia política nacional y latinoamericana. Leer esta nota completa en: